Hace algunos años, tuve una discusión con un gran periodista que me decía:
-La humanidad está tan mal, que en lugar de dar argumentos, contesta con memes.
Yo, en aquel entonces, no estaba de acuerdo con él, pues sentía que detrás de los memes había algo que él no estaba considerando, pero todavía no lo tenía del todo claro.
Al pasar los años y conocer el trabajo de Richard Dawkins, comprendí por qué mi amigo periodista estaba equivocado. Para el biólogo evolutivo, los memes son, en términos sencillos, las unidades de información más pequeñas que se pueden transmitir. Claro, no nos equivoquemos, él no se está refiriendo a los memes de «sé como José» y «dice mi mamá», sino a una cuestión genética.
Pero sin duda, podemos trasladar esta idea a nuestra vida memística, y para eso sólo hace falta un poco de teoría, en este caso, de semiótica. El meme lo tiene todo: un mensaje, alguien que dice ese mensaje, el contexto para que se entienda y un receptor (bueno, millones de receptores). Pero esto no basta, porque el meme tiene muchísima información, pero está condensada, así que necesitamos, para entenderlos, un poco más de teoría, pero ahora literaria. Hace unos días, comenté sobre las minificciones, en una entrada a este blog que se llamó:
Ahí expliqué que los mincuentos se pueden entender porque los autores usan el conocimiento de sus lectores para poder hacer una historia muy pequeña.
Lo mismo sucede con los memes. Si lo pensamos bien, tienen mucha información porque usan nuestro contexto, así es como logramos entender mucho con pocas palabras y una imagen bien puesta. Así, ahora le podría contestar a mi amigo periodista:
-Los memes son argumentos válidos, pero como están usando tu propia información en contra de ti, es que te molesta tanto que los utilicen como argumentos.
Sé que seguramente él me contestaría algo muy brillante, pero yo sólo le diré:
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